Era el último cigarrillo
que iba a fumar. Otras veces había intentado dejarlo, pero nunca lo
conseguía. Siempre le daba la culpa a
los demás, cuando no eran los fumadores por no tener el reparo de aguantarse
prender un cigarrillo en mi presencia, eran mis más allegados los que me
desanimaban. Como lo había intentado otras veces y no lo había logrado, ya no
me veían capaz. Era la excusa perfecta para volver a comprar una cajetilla. ¿Si
ellos no confiaban en mí, como iba a hacerlo yo? Jamás me daba cuenta de que en
el fondo no quería dejarlo.
Éste era el último que
iba a fumar, y además de verdad; pensaba quitarme la vida en cuanto lo acabara.
Un cínico diría:”a grandes males, grandes remedios”, o bien “no hay mal que por bien no venga”. No os confundáis, no me iba a matar para dejar de fumar.
Un cínico diría:”a grandes males, grandes remedios”, o bien “no hay mal que por bien no venga”. No os confundáis, no me iba a matar para dejar de fumar.
Era verano y hacía un
calor tremendo, en esa hora del día en que el sol se va poniendo, y empieza a
correr una brisa agradable que te permite estar en la calle. Pues bien hacía
tanto calor que no había lugar dónde estar a no ser que tuvieras aire
acondicionado. Por supuesto, el antro en el que estaba no disponía de tal lujo;
así que estaba disfrutando del último cigarrillo en el balcón, por llamar de alguna manera que
podáis entender al habitáculo que daba a la calle. Fue en ese preciso momento,
en que apenas me quedaban unos minutos de vida, cuando me llamaron para decirme
que mi hija había muerto. A partir de ahí todo cambió.
Mi hija tenía 20 años y
todo lo que cualquier chica de su edad podría desear. Era delgada no muy alta
pero bien puesta, pelo castaño con una mirada de ojos azules que helaba, podría
haber sido modelo de haber querido. Cuando era pequeña su madre y yo la
apuntamos a una agencia de modelos para niños. Había hecho algunos anuncios
para televisión y salío en alguna que otra revista, pero lo dejamos correr. Nos
dimos cuenta que no lo pasaba bien, que lo hacía por obligación. La verdad es
que aquellos ingresos nos iban bien, pero no podía obligar a alguien que llevaba
mi sangre a hacer algo que no quería.
La grandeza de mi hija no
radicaba en su belleza, sinó en una inteligencia que se hacía patente con solo
mirarla. Era de aquellas personas que ves y piensas, tiene que ser alguien
importante, por su manera de estar, comportarse y de hacer, parecía que hubiera
nacido enseñada, todo le salía natural. No parecía hija nuestra, su madre no
era muy lista, y ni ella ni yo éramos lo que se llama guapos.
Cualquiera hubiese
pensado que no corría sangre por mis venas. No olvidemos que el que iba a morir
era yo. Al oir la noticia ni me inmuté y acabé el cigarro. Era como si no me lo
acabara de creer. Además, de ser cierto,
ya no quedaba ni una excusa por la que mantenerme con vida.
Me personé en su
habitación en la residencia donde estudiaba. Y su cuerpo aún yacía inerte en la
bañera sumergido entre una mezcla de agua y su propia sangre. A simple vista y
desde lejos parecía que se trataba de un suicidio, pues en el suelo justo
debajo del brazo que tendía del borde de la bañera había una cuchilla. Hubiera
sido no gracioso, pero si sorprendente que mi hija se hubiese quitado la vida
el mismo día que lo pretendía hacer yo. Conociendome, seguro que hubiese
pensado en que no se podía tratar de una casualidad. Llamale destino llamale
conexión invisible entre padre e hija, algo mágico, mistico o psíquico, algo
que no podría entender ni explicar, había hecho que nos quisiéramos quitar la
vida, el mismo día y no cualquier otro.
Conociendome hubiera
pensado eso, pero no se trataba de un suicidio. Tenía un corte que le atravesaba
el cuello y un número uno en la frente dibujado con sangre. Cuando me quise dar cuenta tenía un cigarro en
la boca.
merece una continuación!, ácido final e inquientante situación final....
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