Lo que tenía que ser un viaje al pueblo para desconectar,
escondía otro propósito oculto. Desconectar, sí; pero para ello sabía que me la
tenía que quitar de la cabeza. Quizás, allí podría.
Ella; la que durante más de año y medio había convivido conmigo,
nos veíamos día sí y día también, nos mirábamos y sabíamos lo que pensaba o
como se encontraba el otro. Ella, de la cual nos habíamos arrancado de cuajo de
nuestras vidas; de la cual no sabía nada de la noche a la mañana desde hacía ya
dos meses. Ella, que a pesar de la ruptura, ocupaba todos mis pensamientos: me
iba dormir pensando en ella y me levantaba pensando en ella.
Ya lo había vivido otra vez, estaba preparado: me decía a mí
mismo. Me pensaba que nunca iba a querer con aquella intensidad. Me pensaba que
ya estaba curtido, que había aprendido de la experiencia. Entonces la vida te
da un golpe de realidad, la pierdes (aunque nunca haya sido tuya) y es entonces
cuando te das cuenta de que la amabas con todo tu ser. Como ya lo has vivido,
intentas superarlo con los mecanismos que anteriormente surgieron efecto. Que
si mantras, que si estar ocupado todo el rato, pensar en otras cosas al ver que quiere hacer acto de presencia, no rechazar ofertas de los
amigos para hacer cualquier cosa por nimia que sea… Cualquier cosa, cualquier
clavo ardiente y a esperar a que tu cerebro un día haga el “clack” y todo esto
lo veas como algo lejano, hasta el punto que te llegues a decir que como
pudiste estar así; hasta el punto que ni lo entiendas. Cualquier cosa, cualquier
clavo… pero siendo consciente y rindiéndote en tu fuero interno a lo que sabías
desde el principio: esto solo lo curará el tiempo, y el tiempo es caprichoso,
es infinito, no tiene prisa, se toma justo el que necesita, ni más ni menos.
Tres días, una semana, un mes, tres…
Un viaje a la desesperada. Lejos de aquí. Sin amigos. Sin
sitios que me la recuerden. Seguro que me servirá para avanzar (era sensato, no
me decía: seguro que la olvidarás). Sabía que habría momentos que tendría que
trabajar, (estaría enfocado en el trabajo, pensaba), y sabía que cuando no
tuviese que trabajar (la mayoría de momentos), sería tiempo para mí solo. Lo
que tenía que ser un viaje al pueblo para olvidarla, resultó ser todo lo
contrario. Mis pensamientos decidieron darme un recital de ella a todas horas.
Sólo ella, trabajaba y ella, comía y ella, me lavaba los dientes y ella.
Recuerdos y más recuerdos. Cualquier cosa me evocaba a ella, y a la
correspondiente reflexión: ¿Por qué no estamos juntos? ¿Qué hice mal? Reivindicaciones:
No hice nada mal. Es mala. Arrepentimientos: No es mala, sabía dónde me metía. Futuro:
¿y ahora qué?, hace dos meses que no sé nada de ella. ¿Qué pasará cuando la
vea?... Y así desde que me levantaba
hasta que me iba a dormir.
De camino a casa, me dije que ya era suficiente. Demasiados lametones en las heridas. Había que ponerle remedio. De verdad que me gustaría saber
cómo hacer para simplemente no pensar en ella, pero no sé. Miro atrás estos
días en el pueblo y me digo que como puedo ser así. Como puede ser que en cinco días solo haya tenido un monotema en mi cabeza.
Dejo el pueblo, y me digo que a ella también la dejo allí.
La dejo allí sin opciones de regreso. Me viene a la cabeza y me digo que no
vale la pena pensar en ella pues se ha quedado en el pueblo. Ya tuve una dosis
elevada de ella allí.
Me viene a la cabeza un pensamiento, un recuerdo, cualquier
cosa relacionada con ella y salta el mecanismo como un resorte: “Deja de
pensar, la dejaste en el pueblo. Está en el pueblo.”
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